Otro natalicio más de quien sin duda fue la figura pública -histórica- más influyente de nuestra infancia en La Habana de los años cincuenta. El apóstol blanco, su busto en cada patio escolar, su estampa en cada rincón público, su imponente presencia en la plaza principal del país para que no hubiera posibilidad de eregir un apóstol negro que estropeara la imagen hispánica – europea- con que se construyó entre tumbos de naciente república la identidad de la nación cubana. Pobre este hombre, sincero y panteísta, soñador y grandilocuente, machista confeso y racista inconsciente, anti-clerical y libre-pensador, dador y recaudador, riesgoso y arriesgado, que quería echar su suerte con los intocables del planeta a base de versos. Como premio, moriría ahogado en la mala leche de los demás.
“Martí no debio de morir” dice la canción. Mas ése fue su deseo, ése su destino, ésa la consecuencia inevitable de su ideario. Ideario que lamentablemente le ha servido a todo el mundo – comunistas y demócratas, ateos y creyentes, blancos y negros, hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, tiranos y populistas- y que por eso puede considerarse defectuoso. O al menos inapropiado para una realidad tan convulsa y violenta -no de ahora, de hace 500 años- como la cubana. Pero nadie es perfecto, ni siquiera Martí.
El hijo de Leonor Pérez debe haber vivido totalmente espantado ante la crueldad de su entorno… ¿Espantado de ser cubano? Quizás. Muchos le piensan algo suicida. Se dio a la tarea de forjar una patria para otros, porque para él ya era hora y no la viviría…. una patria que exigiría su vida a cambio de la inmortalidad. No que la quisiera, la inmortalidad quiero decir: creo que le cayó encima como un castigo. También se equivocó -de buena fe, no tengo duda- en su apreciación de la realidad multi-racial cubana y de los derechos políticos de las mujeres. Quizás también en algunas otras cosas.
Eso de que “ser cubano es más que negro y más que blanco” es un enunciado blanco-supremacista que al pronunciarlo un ciudadano blanco invisibiliza inevitablemente al ciudadano negro, convirtiéndolo en “el otro”. Decir que las mujeres no tenían nada que hacer en la política, aunque la política -por hipócrita y fantoche,- fuese un ámbito casi natural para las mujeres -hipócritas y fantoches-, es el insulto más grande que las cubanas como cubanas podamos imaginar. Duele porque queremos querer a Martí. Duele porque todos esos actos cívicos los 28 de enero dejaron su huella en el subconsciente de la infancia cubana. Duele en mi caso aún más porque fueron muchas las veladas en la Fragua (martiana) a donde me llevaba mi madre a menudo para fijar en mi cerebro y pelo corto un sombrerito de plumas.
Pobre Martí: no te dejan regresar a los estantes literarios, a los anaqueles de poesía, a los archivos de viajes. Ese es tu feliz paraíso, tu habitat natural. Estás condenado al manoseo político, cual maldición inquisitorial. Los que te conocimos antes del ’59 te queremos con tus defectos y con tus virtudes. Quisiéramos rescatarte. Repetimos tus versos, se los enseñamos a nuestros hijos. Los que te conocen solamente a partir del ’59, te odian. O al menos te ignoran. O en todo caso quieren dejarte solo allá en la Plaza, porque el experimento del que eres -según se les ha dicho- autor intelectual, es un callejón sin salida al que hay que encontrarle “la salida”…. No la salida-solución. La salida-estampida.
Para tu consuelo, y a pesar de la debacle, Pilar vive, querido Martí. Sigue quitándose los zapatos para regalarlos a quien no tiene. Sigue caminando descalza sobre las arenas. Sigue espantándose ante la pobreza que lloran las mujeres. Tu Pilar nos marcó a todas las niñas de la República. Hoy yo -una de esas niñas- los recuerdo a los dos…. Y a mi madre, maestra ejemplar y martiana devota, que me hizo aprender de memoria ese poema interminable cuando yo tenía 4 años. Al hacerlo, despertó mi conciencia para siempre.